martes, 4 de septiembre de 2012

El propósito


Estaba desesperada. En los últimos días de salida del invierno había tenido una mala racha que parecía no tener fin. Su vida no acababa de funcionar demasiado bien. Tenía un trabajo precario, mal pagado y con grandes posibilidades de formar parte en próximas fechas del ejército del paro. Con su pareja, vivía un momento de estancamiento, había perdido gran parte de la ilusión y no sabía como recuperarla. Además, la relación con su familia era cada vez más distante. Pero, a pesar de todos los problemas habituales en su vida, y tal vez debido a ellos, su atención se centraba ahora en la gran cantidad de averías domésticas que se habían producido a su alrededor.

La bruja avería la había tomado con ella, haciendo de las suyas sin que ella hubiera podido evitarlo. Y es que, repasándolo, en unos pocos días habían caído dos estufas eléctricas, dos secadores de pelo –uno de ellos se calentaba y sólo funcionaba a ratos-, un taladro, una cafetera y tres aparatos TDT para conectar a las televisiones que tenía. Sabía que entraba dentro de lo posible que se rompieran -los aparatos actuales parecen hechos para no durar mucho, aunque sean de buen precio-, aunque no podía evitar pensar que eran consecuencia de una especie de maldición que la acompañaba, y que por tanto, todas aquellas pequeñas averías eran culpa suya, al igual que le ocurría en otros aspectos de su vida.

Más allá de las supersticiones, más allá de la frustración, la desesperación y la rabia, debía concentrarse, mantener la cabeza fría, y analizar las causas de tanto aparato deteriorado, para poder darle un giro a la situación. No podía simplemente pasar página. Por una parte, volver a invertir para sustituir cada aparato suponía un excesivo gasto que, en este tiempo de crisis no se podía permitir. Por otra, necesitaba saber a ciencia cierta que ella no era la causante de todas sus desdichas. Todo cambio vital necesita un inicio, y el suyo iba a ser éste.

Comenzó a reflexionar sobre las causas de cada desperfecto. En cuanto a los secadores, no cabía duda de que esa vez la culpa sí era suya, o más bien de sus características personales. Su larga melena rubia necesitaba mucho tiempo de secado cuando se lavaba el pelo, lo que acababa quemando los secadores, no le era un problema desconocido. La rotura del taladro se debía a un uso intensivo durante una reparación casera. Al comprarlo, ya había previsto la posibilidad de que fallara. Por su parte, las estufas eléctricas la causa más probable era que al usarlas para calentar los cuartos de baño en invierno, la humedad hubiera afectado a los circuitos. En principio, parecían causas claras que podían solucionarse con un mejor uso de cada aparato. Bien pensado, igual la bruja avería no tenía la culpa de todo…

Lo de los receptores TDT era distinto. Aquí, el uso había sido el normal, sin realizar grandes exigencias a cada equipo. Por ello, se había indignado mucho cuando los tres fallaron de forma casi consecutiva. Además, la compra de los equipos sustitutos había acabado de agriar su humor. Había previsto una compra rápida, sólo quería equipos funcionales sin grandes alardes. Sin embargo, necesitó recorrer diferentes centros comerciales y analizar varios modelos hasta dar con los deseados.

Ahora estaba allí, ante el embalaje reluciente del nuevo equipo por un lado y ante los equipos defenestrados, por otro. Llevaba un martillo en la mano, y en ese momento, estaba decidiendo por dónde empezar a descargar su rabia, se proponía destruir todos los aparatos viejos.  Ante ella pasaban mentalmente todas las incidencias surgidas con cada aparato, las vueltas que había dado, los cabreos, la incompetencia de los vendedores, los engaños, la mala calidad de lo fabricado actualmente sea caro o barato, la dictadura de la tecnología que obliga a una constante actualización y desecho de equipos, la lentitud de los servicios posventa… ¡Brrr! No veía el momento de empezar a destrozar, la sangre se le alteraba cada vez más. ¡Cuánto esfuerzo le costaba conseguir las cosas! ¡Y que poco duraban! Se preparó, levantó el martillo, fijó el destino del primer golpe, y….

… se detuvo en seco. Esta vez no iba a ser así. Se había propuesto cambiar el rumbo de su vida, y ésta vez sería una decisión firme,  guiaría su propio cambio vital. Tomó una decisión, en vez de desahogarse y terminar de destrozarlos, reuniría todos los aparatos. Miraría sus garantías. Si estaba en su derecho, reclamaría por cada uno de ellos en su lugar de compra. A la vez, antes de lanzarse a un irracional consumo de sustitución y destrozo de lo viejo, como había hecho en numerosas ocasiones, hizo el propósito de estimar cada euro gastado en un producto de consumo, tomándolo en consideración. En plena crisis, era el momento de luchar por lo suyo, costase lo que costase.

Estaba decidido, racionalizaría su consumo y exigiría sus derechos. Esperaba que con esta nueva actitud y la de muchos como ella –a los que convencería con su ejemplo-, se provocaran pequeños cambios en las personas que llevaran a desterrar de una vez y para siempre la sociedad de consumo irracional e inmediato. Si las instituciones o los poderes públicos no lo promovían, un cambio desde la base social, un cambio ciudadano, lo haría posible.

Es más, aplicaría esta conducta en todos los órdenes de la vida. Ésta sería su rebelión contra el sistema. Cogería las riendas. Finalmente, sería la dueña de su destino. Una mala racha le había hecho redescubrir sus principios. Lucharía por ellos, ahora más que nunca.
Fernando Bolea Barluenga