viernes, 31 de diciembre de 2021

Mi experiencia con el Covid




Día 1. 29-12-2021. Inicio. 



Cuando la dependienta no me dejó entrar de nuevo en la farmacia, supe que era positivo. Lo sospechaba, aunque no dejé de sorprenderme. Casi sin síntomas, solo unos que usualmente confundo con uno de mis cíclicos catarros, era positivo en un virus que ha demostrado ser tan peligroso. 

Lo segundo que hice, fue maldecirme por haber ido a tomar un café a un bar mientras esperaba el resultado. Había muy poca gente y estuve alejado de todo ser humano, con la mascarilla puesta, pero mi conciencia no paraba. 

Después se vino el mundo encima. Sabía lo que había que hacer. Llamar al médico sin más dilación. Cosa que hice con el móvil desde el coche. Después de más de media hora de musiquita sin que nadie cogiera el teléfono, acepté la sugerencia de mi mujer de presentarme allí en persona, a ver si conseguía que me atendieran de alguna manera. 

Cuando llegué a mi Centro de Salud, empezó el periplo por la instalación. El espejismo era que en la calle no pasaba gran cosa, los problemas empezaban dentro. Al poco de estar allí, intuí que el personal del Centro estaba desbordado, tanto las administrativas como los médicos y enfermeras. Empecé a armarme de paciencia, iba a ir para largo. 

Sin que nadie me preguntara donde iba ni porqué, me puse en una cola con unas treinta personas por delante, que estaban allí por diferentes motivos. Me concentré en estar atento y guardar gran distancia con cualquier persona para no contagiar. Pasado un rato, por necesidades del centro, nos cambiaron la cola de dirección y de pasillo. Menos mal que no estaba muy malo, porque estuve cerca de una hora en esa cola.

Comenzaban ya algunas discusiones entre la gente que allí estábamos y el personal del Centro. Había nervios e incertidumbre. Una enfermera o médico, no lo sé seguro, salió a recriminar al personal de admisión su trabajo. Estaban mandando a todo el mundo a hacer pruebas, y sólo debían hacérselas a la gente que tuviera síntomas. 

Una vez llegué al mostrador, la administrativa de admisión estaba ya saturada, tenía que estar pendiente de aconsejar a la otra ventanilla y de llamadas de los médicos del Centro. Amablemente y disculpándose por la situación, me indicó que como yo había salido positivo en la farmacia, me repetirían la prueba de antígenos allí, que era más fiable. “A la una, ponte en la cola de las pruebas, no sé dónde será, ponte donde haya gente”, dijo. 

Llegada la hora, fuera del centro, se formaron dos colas, una para las PCR -con poca gente- y otra para los Antígenos. Mientras que las pruebas de los niños iban a otra cola en la parte de atrás del centro. Como era un poco caos, una celadora decidió llamar por nombre a las personas para que pasaran a hacerse la prueba de antígenos. “Tranquilos, os nombraré a todos, tengo diez hojas”, dijo. Era algo ruda pero amigable. Su método funcionó bien. 

Empezamos a pasar a hacer las pruebas de una forma dinámica. Aquella cola duraría otros veinte minutos. Finalmente, me pidieron el teléfono y me hicieron la famosa y desagradable prueba del palito. “En media hora te llamaremos si eres positivo, si eres negativo, no te llamaremos”. 

Con esto finalizaba mi periplo por el Centro de Salud por ese día. En total, unas dos horas. Decidí, por iniciativa propia, esperar esa media hora en el coche por si tenía que volver. No llamaban, y me fui a casa. Mi mujer y mi hijo, ya conocedores de la situación, habían preparado la habitación para aislarme y pasé a ella directamente, procurando no tocar nada ni tener demasiada relación con ellos. 

Cuando ya empezaba a tener la esperanza de que fuera un resultado negativo, ya había pasado más de una hora desde la prueba, me llamaron. Era positivo. Tenía que confiarme y esperar la llamada del médico con sus indicaciones. Esta llamada no se produjo en todo el día. 

Pasé la primera tarde, preocupándome únicamente de mis dolores de cabeza y de garganta. En la habitación más grande del piso, con baño propio, vistas, dos libros y cuatro cómics, además de un portátil y el móvil, empecé el confinamiento. Con leves síntomas, entre mensajes de móvil, videollamadas, películas y libros, pasaron las horas sin mayores problemas. 

 

Día 2. 30-12-2021. Cuarentena


Despierto, el dolor de cabeza es mucho más leve que ayer. Algo de dolor de barriga. La garganta más o menos igual. Me alegro de no ir a peor. 

Ya empiezo a acostumbrarme a comer solo en la habitación. En realidad, toda la familia nos vamos acostumbrando a la nueva rutina. Intento que el crío no se preocupe y hablo con él por la ventana con la mascarilla puesta o le mando que haga algún dibujo. 

Paso la tarde actualizando el viejo portátil para intentar que funcione bien. He decidido hacer un diario de mi convalecencia. Me servirá para pasar el tiempo de una forma más agradable, mantendré la cabeza ocupada. También veo una serie en el ordenador. Tanto tiempo sólo en la habitación hace que los capítulos pasen rápidamente. Juegos en el móvil, llamadas, mensajes... Algo hay que hacer. 

El médico no ha llamado en todo el día. Seguimos igual. Mi mujer y mi hijo ni siquiera tienen una prueba hecha. No me preocupa mucho porque no tienen síntomas. En otro caso, las cosas se complicarían muchísimo. Dentro de lo malo, tenemos suerte. 

Mañana es Nochevieja, mal día para que llame el médico. Debería hacerlo, esta llamada es fundamental. De sus instrucciones dependen nuestra vida en los próximos días. Queda a criterio del médico aspectos como el tratamiento a seguir, la forma en que se hace la cuarentena o la determinación de las bajas laborales. 

Hasta que no hable con el médico no voy a estar realmente tranquilo. La incertidumbre pesa.

viernes, 23 de abril de 2021

La vieja que engañó a la Muerte


Ana Cristina Herrera; Ramón  Besora.


Puede ser verdad, puede que no lo sea, pero había una vez una vieja muy vieja. Era realmente muy pero muy vieja, más vieja que el jardinero que plantó el primer árbol del mundo. Sin embargo, estaba llena de vida y la idea de morir le quedaba muy lejos. Se pasaba el día atareada en su casa lavando, limpiando, guisando, cosiendo, planchando y quitando el polvo, como si fuese una joven ama de casa. 


Pero, un día, la Muerte se acordó de la vieja y fue a llamar a su puerta. La anciana estaba haciendo la colada y dijo que, justo en ese momento, no podía irse. Aún debía aclarar, estrujar, hacer secar y planchar su ropa. Aun dándose prisa, pensaba que estaría lista, en el mejor de los casos, a la mañana siguiente; por tanto, la muerte haría mejor en volver un día después. 


-Espérame, entonces, mañana a la misma hora- dijo la Muerte, y escribió con tiza en la puerta: “Mañana”. 


Al día siguiente, la Muerte volvió para llevarse a la vieja. 


-Pero, señora Muerte, sin duda usted se ha equivocado. Mire la puerta y verá cuál es el día fijado para venir a buscarme- observó la vieja. 


La Muerte miró la puerta y leyó: “Mañana”. 


-Está claro, pues –añadió la vieja-. Tiene que venir mañana, no hoy. 


La Muerte fue al día siguiente. La vieja la recibió con una sonrisa y le dijo: -Pero, señora Muerte, usted se ha equivocado otra vez. ¿No recuerda que usted misma escribió en la puerta que vendría mañana y no hoy? 


Y así la historia continuó durante todo un mes. Pero la Muerte acabó por cansarse. El último día del mes le dijo: -¡Me estas engañando, vieja! Mañana vendré a buscarte por última vez. ¡Recuérdalo bien!- dijo. Borró de la puerta lo que ella misma había escrito y se fue. 


La vieja, en ese momento, dejó de sonreír. Pensó mucho, porque quería encontrar otra manera de engañar a la muerte. No pegó ojo en toda la noche, pero no llegó a idear nada. 


-Me esconderé en el barrilito de la miel- se decía la vieja-, ¡Seguramente la Muerte no me encontrará ahí dentro!-. Y se escondió en el barrilito de la miel, dejando fuera sólo la nariz. Pero de repente pensó: -¡Por el amor de Dios, la Muerte es astuta! ¡Me encontrará en el barrilito de miel y me llevará consigo! 


Salió del barril y fue a esconderse en una cesta llena de plumas de ganso. Pero de repente pensó: - ¡Por el amor de Dios, la Muerte es astuta! Me encontrará también en la cesta-. 


En el momento en que salía de la cesta, la Muerte entró en la habitación. Miró a su alrededor y no llegó a ver a la vieja por ninguna parte. En su lugar vio una figura terrible, espantosa, toda cubierta de plumas blancas y con un líquido espeso que se escurría por su cuerpo. No podía ser un pájaro, tampoco una persona, era, sin duda, algo terrible de ver. 


La muerte se asustó tanto que puso sus pies en polvorosa, huyó y nunca más volvió a buscar a la vieja. 


"Hacer la colada: lavar".

 25 cuentos populares de miedo”; p.p 73-74. Editorial Siruela/Aura