Es mitad de mayo. Son las 10 de la mañana y observo que hace
sol, aunque el cierzo sopla bien fuerte y el frío se resiste a abandonar esta
extraña primavera. Me desperezo, sigo aún cansado del intenso viaje del fin de
semana y me cuesta seguir la decisión que tomé el día anterior. Soy de la
opinión de que una vez tomamos una decisión hay que llevarla a cabo sin
cuestionarla, pero en esta ocasión suponía un gran esfuerzo. Me dolían todos los músculos de mi cuerpo
además de la cabeza, el cansancio era generalizado.
Esa mañana, hubiera renunciado a seguir mis principios a
cambio de algo más de descanso. Sin embargo, se trataba de mi coche, no de
cualquier otra cosa. Aunque no lo
manifestamos a menudo, los hombres tendemos a personificar a nuestro coche, lo
consideramos nuestro compañero más fiel y normalmente le cogemos algo de
cariño. Más aún, cuando conduces el mismo vehículo durante trece años. Ese día, mi memoria se reducía al comportamiento
del auto durante el reciente viaje, con toda la carga llevada, los kilómetros
recorridos y su gran fiabiliad. Merecía una gratificación.
Haciendo las cosas al ralentí, finalmente conseguí hacer un
acto de valor, iría a lavar el coche. Llegué a la gasolinera más cercana
convencido de que en un día desapacible y durante el horario de trabajo estaría
solo y aunque el lavado debía ser completo, acabaría rápidamente. Introduje el
coche en el lavado de mangueras sin problemas, había otro coche de alta gama en
el lavado contiguo, pero no me sorprendí, el tiempo de los ricos fluye de otra
manera.
Finalizando el lavado, llegó un tercer coche que se situó en
la cola para utilizar las mangueras. Situación siempre desagradable y
estresante tanto para el que lava como para el que espera. Sin darle mucha
importancia, y haciendo caso omiso de mis nervios al sentirme observado
finalicé y pasé a la fase de secado y aspirado interior.
El ruido del aspirador me hizo abstraerme de todo y
concentrarme en mi tarea. Al acabar, levanté la mirada y observé la cruda
realidad. Las 11 de la mañana de un lunes de trabajo y el área de servicio
estaba al completo. Había coches en la zona de lavado y en la de expedición de
gasolina. No podía creerlo. En unos minutos, el ambiente de la gasolinera era
el de un domingo, tanto en las tareas realizadas como en la actitud de la
gente. El perfil, era el mismo. Coches utilitarios y compactos, con unos años
de edad, lavados por hombres y mujeres entre 25 y 40 años de edad.
Me fui triste a casa. Pensé que este país no podrá salir
adelante mientras la población activa más productiva pueda ir a lavar su coche
un lunes por la mañana. Una tarea tradicionalmente reservada al fin de semana,
vinculada con el ocio, se ha convertido en algo que podemos hacer en cualquier
momento. Mientras tengamos coche.
Fernando Bolea Barluenga