Al día siguiente, el conde Dadmal estaba preocupado. Con sus
últimas fuerzas, la bruja había tocado la mano de la niña. Según las antiguas
leyes, en ese momento los poderes de la bruja habían pasado a la niña. Él lo
había visto. Casi toda la aldea también lo hizo. Los rumores sobre la existencia
de una nueva bruja se estaban desatando entre los aldeanos. Los poderes de esa
bruja serían temibles para el conde y en cualquier momento podía utilizarlos
contra él. La venganza de la nueva bruja estaba provocando que los vasallos
cuestionaran la autoridad del conde en el poblado.
Lo cierto era que la
niña había tardado en morir unos pocos días. Sin embargo, en ese tiempo varias
personas habían sido encargadas de cuidarla. El conde Dadmal había ordenado que
se vigilara cada acto, cada movimiento de estas personas, pero bastaba un
pequeño toque en la mano de la niña para que una de esas jóvenes se hubiera
convertido en bruja y hubiera adquirido los poderes capaces de derrocarle.
Aruc era de complexión
fuerte, calvo como los cánones de su orden obligaban. Tenía una angulosa y
prominente nariz. Llevaba un parche sobe el ojo derecho que le daba un cierto
halo tenebroso. Aunque no se podía determinar a ciencia cierta su edad, aún parecía joven y su cuerpo era más bien el
de un guerrero. Entró con las manos cruzadas, envuelto en la capucha de su capa
marrón. Se dispuso a hablar…
Fernando Bolea Barluenga